lunes, 22 de noviembre de 2010

El enemigo (Parte 2)

Me di vuelta velozmente con mi espada brillante cortando el aire. Sólo podía ver la punta de su capa envolviéndome, acunándome en un pronto lecho de muerte. Sentí un golpe en mi mano y perdí el control de mi espada. Quedé a su merced, no había piedad que cautivara su oscuro corazón. Miré sus ojos sombríos por última vez cuando el inevitable brazo de su venganza bajó sobre mi cuello. ‘Chincho poroto’, dijo tocándome la nariz. Y me dejó caer en la tierra, envolviéndome de polvo y barro.

Me dejó caer en la lujosa alfombra, envolviéndome en una nube de polvo que me recordaron despedir al personal de limpieza.

Me levanté rápidamente y en guardia. Busqué en mi entorno con la mirada, sólo los retratos de antiguos reyes me miraban, cómplices, testigos de una obra inolvidable. Uno de ellos le entraba al pochoclo. Seguí inmóvil, agudizando mis sentidos para detectar cualquier vibración, hasta que lo escuché. Su risa malvada llena de orgullo y satisfacción resonaba en las paredes de piedra gris. Era como el sombrío canto del verdugo que, condenado a matar, entregaba su cordura y su dignidad a las pudorosas manos de la ciega Justicia. ‘Que lo re parió’ exclamé.

Retrocedí unos pasos y encontré mi arma; al levantarla, vi en el reflejo de su filo a mi oponente, moviéndose con sigilo a mis espaldas.

Lo increpé con la espada rápidamente, pero bloqueó mi ataque sin perturbarse. Siempre supe que su habilidad con la espada era superior a la mía, pero mi hombría estaba en juego, entonces seguí atacando. El roce del filo de las espadas retumbaba entre las altas paredes del castillo, la batalla parecía empardada, pero sólo por un momento. -¡¿esa no es tu vieja en pelotas?! Exclamé señalando detrás de mi adversario que instintivamente giró su cabeza. No dudé ni un segundo, con la velocidad y destreza de un felino, tomé entre los dedos de mi mano derecha sus testículos y grité como un loco ¡chifla, chiflaaaa!

Su voz de soprano desesperado cubrió mis oídos de victoria. Se arrodilló y levantó su cabeza cerrando los ojos, parecía que había errado un penal. Levanté el arma sobre mi cabeza, observando el cuello desnudo de mi víctima. Un destello brilló en la hoja de la espada que vibraba de ansiedad. Dudé un instante, con la victoria casi en mis manos. ¿Quería vivir como un asesino o morir como un héroe? ¿Quería ser recordado como el hombre que era o ser olvidado como el que iba a ser? ¿Dignidad o Poder? ¿Lealtad o Vergüenza? ¿Tu vieja o Tu hermana? La decisión ardió en mis ojos y ataqué por última vez, hasta que ocurrió.

El sonido de implacables cadenas se agitó en el aire. El rugido de aguas fluyendo con violencia y el clamor de un torbellino omnipotente que se llevaba consigo los más íntimos rasgos de nuestra humanidad, despertó en nuestros sentidos la alarma. Alguien había apretado el botón del inodoro del castillo. A continuación, un grito desgarrador y el insolente improperio de una antigua criada nos informaron que el baño se había vuelto a tapar, y que había mierda por todos lados. Inmóvil, retrocedí de un salto. Mi adversario me miró extrañado, preguntándose cómo lo había hecho. Yo me encogí de hombros y ladeé levemente la cabeza, a la vez que levantaba mis brazos en cuarenta y cinco grados hacia arriba con las palmas y expulsaba mi labio inferior abriendo notablemente los ojos: reproduciendo el legendario gesto de ‘¿¡qué sé yo!?’.

Nos volvimos a enfrentar con nuestras miradas clavadas en los ojos del otro. Algo se había perdido en el ambiente, y así supimos que aún no era el momento de esa batalla. El agua del inodoro tapado comenzó a asomar por debajo de la puerta, trayendo consigo inmundicias de algún miembro de la realeza que al parecer había comido de más. El olor nauseabundo fue suficiente para que mi enemigo, ni derrotado ni victorioso, escapara por la ventana.

Ya solo en la habitación, dejé caer mi arma al suelo y una gran duda asaltó mi corazón, y mi nariz. ¿Dónde dejé el Poet aroma a bosque mágico?


JM y JR

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